En la localidad estadounidense de White Sulphur Springs, Virginia Occidental, en un frondoso valle al pie de las montañas Allegheni, se encuentra el pestigioso hotel de lujo The Greenbrier, bajo el que yace enterrado uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría, el búnker concebido para refugiar a los congresistas y senadores de los Estados Unidos durante el transcurso de una emergencia nacional.
La construcción del búnker comenzó a finales de la era Eisenhower, en 1959, y la instalación entró en funcionamiento en 1961. Durante más de 30 años fue mantenida plenamente operativa por un reducido grupo de empleados federales que trabajaban como técnicos para Forsythe Associates, una compañía tapadera del gobierno que prestaba servicios de mantenimiento de los televisores y sistemas audiovisuales del Greenbrier.
Bautizado como Isla Griega (Greek Island), el proyecto fue parte del Programa para la Continuidad del Gobierno, la iniciativa federal dirigida a garantizar la supervivencia de la forma de gobierno constitucional y de los poderes federales bajo cualquier circunstancia que amenazase a la nación.
El búnker fue concebido para refugiar durante 60 días a 1.100 personas, en concreto a los 435 miembros de la Cámara de Representantes, a los 99 senadores y a sus ayudantes, además del personal adscrito a la propia instalación. Sin embargo, el refugio podría dar cabida a un máximo de 1.400 personas en caso necesario haciendo uso de un área presurizada aneja al complejo subterráneo.
El protocolo de actuación establecía que en los albores de la declaración de una emergencia nacional el Gobierno Federal asumiría el control de todas las instalaciones de The Greenbrier, cuyo búnker estaría preparado para recibir a sus ‘huéspedes’ en apenas 4 horas.
La evacuación de los representantes y su personal se realizaría por carretera (un trayecto de unas 5 horas desde Washington) o por tren desde el Distrito de Columbia; por tal motivo el Greenbrier cuenta con su propia estación de ferrocarril del operador federal Amtrak. Los huéspedes también podrían llegar en avión al cercano aeropuerto de Greenbrier Valley, desde cuya pista de 2.134 metros de longitud pueden operar aviones comerciales.
No obstante, la efectividad del búnker sólo hubiera sido posible en el supuesto de que la evacuación pudiera producirse discretamente con muchas horas o incluso días de antelación a un eventual ataque. Acontecimientos como los del 11 de Septiembre de 2001, o la rápida movilización de los actuales vectores de armas nucleares, capaces de alcanzar objetivos en el otro lado del mundo en apenas 1 hora, han dejado obsoletas las previsiones de los planificadores.
Desde su puesta en funcionamiento, el búnker sólo entró en estado de máxima alerta en una ocasión, durante la llamada Crisis de los misiles en la isla de Cuba, en Octubre de 1962.
La clave del éxito de la instalación del Greenbrier residía más en el secreto que en su capacidad para soportar un impacto directo en caso de ataque nuclear. Sin embargo, la existencia del búnker ha sido un rumor muy vivo en la comunidad rural del condado desde que comenzaron las obras de ampliación del Greenbrier en 1959. La profundidad de la excavación y el ingente volumen de cemento empleado levantó sospechas en las cuadrillas de trabajadores y entre la población local.
La concepción y construcción de la instalación se realizó durante el segundo mandato de Eisenhower. La Administración llegó por aquel entonces a un acuerdo con los propietarios del hotel para costear la construcción del Ala West Virginia a cambio de albergar bajo ella la instalación secreta, de la que la ampliación del Greenbrier fue en realidad la tapadera.
Catalogado como monumento histórico nacional, The Greenbrierfue utilizado como lugar de internamiento para diplomáticos japoneses, alemanes e italianos en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, durante el período 1941-1942. El 1 de Septiembre de 1942 el Ejército de los Estados Unidos arrendó la propiedad a laChesapeake & Ohio Railroad para convertirlo en un hospital militar de 2.200 camas, que trató en dos ocasiones al entonces militar y después Presidente Eisenhower. En Marzo de 1956, The Greenbrieracogió una cumbre entre los gobiernos de los Estados Unidos, Canadá y México, durante la que las telefonistas del hotel respondían a los teléfonos con el saludo ‘Greenbrier White House’.
La construcción del búnker al amparo del nuevo ala del Greenbrier, que comenzó bajo el nombre código de ‘Proyecto Casper’, duró dos años y medio (1959-1961) y supuso el vertido de 50.000 toneladas de hormigón y un coste para el contribuyente estadounidense de alrededor de 86 millones de dólares de aquel entonces.
El búnker
La instalación se encuentra enterrada a unos 22 metros de profundidad en la ladera de la colina sobre la que se erige el ala oeste del Greenbrier (West Virginia Wing). Los muros y techos son de hormigón armado de 1,5 metros de espesor y una capa de tierra adicional de entre 6 y 18 metros de altura cubre el espacio entre el búnker subterráneo y el edificio que lo corona, ofreciendo una protección adicional contra la radiación.
La superficie total del búnker es de 10.455 metros cuadrados distribuidos en dos niveles y 153 estancias, que comprenden, entre otras, una clínica, una cafetería, 18 dormitorios, un salón para sesiones plenarias y 2 salas de reuniones para las sesiones del Congreso y el Senado, un estudio de televisión y una sala de prensa, una sala de comunicaciones, un archivo, una planta de generadores, unidades de descontaminación, así como dependencias para el personal de seguridad y el almacenamiento de suministros.
La instalación contaba con 18 dormitorios distribuidos entre los dos niveles del búnker, equipados con literas y taquillas metálicas, aseos, duchas y una pequeña salita. Cada uno tenía capacidad para 60 personas. Los líderes del Congreso y del Senado disponían de su propio dormitorio y área de conferencias en el segundo nivel del complejo. Las literas y dependencias del búnker eran reasignadas tras cada elección.
La cafetería disponía de capacidad para servir 400 comidas simultáneamente en un comedor de 700 metros cuadrados cuyas paredes estaban adornadas con falsos ventanales que ofrecían panorámicas campestres. La cocina podría alimentar durante 60 días a 1.100 personas gracias a los suministros almacenados en la instalación.
La clínica, con capacidad para 14 camas, estaba equipada con un quirófano, unidad de cuidados intensivos, laboratorio, unidad dental y consulta de enfermería en una superficie de 557 metros cuadrados. La instalación disponía así mismo de una farmacia totalmente aprovisionada que contaba con la medicación prescrita de todos los miembros de ambas cámaras. La clínica sería atendida por personal médico militar (35 personas) trasladado al búnker durante el comienzo de la crisis.
El complejo contaba con un salón de 1.537 metros cuadrados para albergar las sesiones conjuntas de las dos cámaras. Esta sala de 18 columnas es la más grande de la instalación y fue incorporada como planta baja del Ala West Virginia junto a otras dos salas de reuniones concebidas para la celebración de las sesiones del Congreso y del Senado, con capacidad para 470 y 130 personas respectivamente.
Las 3 dependencias, situadas bajo el nuevo ala del Greenbrier, han sido utilizadas durante años como sala de exposiciones y lugar de reunión por los clientes del hotel sin que estos se percatasen de la existencia del búnker, ya que las grandes puertas acorazadas se encontraban ocultas tras falsos tabiques en los accesos desde los corredores de la planta baja.
La sala de prensa, situada en el nivel superior, dispone de un gran mural con la cúpula del Capitolio en Washington que serviría de fondo al orador en la retransmisión de los mensajes televisados a la nación por parte de sus representantes. Un pequeño estudio de radio y una sala de comunicaciones telefónicas encriptadas permitirían la comunicación con el exterior. El nivel inferior albergaba un estudio de televisión y un centro de comunicaciones electrónicas.
Los sistemas vitales del búnker fueron permanentemente actualizados durante 30 años para mantener la instalación en condiciones operativas en todo momento.
Una sala de 400 metros cuadrados albergaba, bajo estrechas medidas de seguridad, una serie de contenedores precintados que contenían toda la documentación necesaria para garantizar el funcionamiento de las cámaras en la instalación subterránea.
El búnker cuenta con 4 accesos, protegidos por 4 grandes puertas acorazadas realizadas en acero y hormigón diseñadas por Mosler Safe Company, que aislarían la instalación del exterior y del peligro de la radiación. Estas puertas deberían soportar la onda expansiva de una explosión nuclear moderada a una distancia mínima de seguridad de 15 millas (24 km).
Las puertas se encuentran equilibradas sobre unas grandes bisagras que hacen posible que una sola persona pueda abrirlas o cerrarlas con rapidez. El mecanismo de cierre sólo se encuentra en el lado interior de la puerta, protegido de la onda expansiva de una posible explosión nuclear.
Tres de las cuatro entradas a la instalación se encuentran en los terrenos del hotel convenientemente disimuladas como almacenes y la otra da acceso al búnker desde el interior del edificio. Los accesos este y oeste cuentan con sendos túneles para la entrada de vehículos.
La entrada oeste de la instalación es un túnel de 132 metros de longitud protegido por muros de cemento armado de 1 metro de espesor y por una enorme puerta de 3,6 x 3 metros, 25 toneladas de peso y 45 centímetros de grosor. Constituye la vía de entrada de suministros y de evacuación de residuos, pero también se utiliza como área de almacenamiento. El túnel conduce directamente a dos áreas de descontaminación que dan acceso a las instalaciones.
La entrada este del complejo cuenta con otro túnel, protegido por una puerta Mosler de 30 toneladas de peso, que da acceso a la mayor de las dependencias de la instalación, disimulada como salón y con acceso directo desde el hotel a través de otra puerta de 18 toneladas situada tras un falso tabique.
La planta eléctrica del búnker, integrada por 3 generadores diesel de 675 kilowatios de potencia unitaria y dos generadores de vapor, es totalmente autónoma y proporcionaría un suministro ininterrumpido de energía a la instalación durante 40 ó 45 días. El búnker cuenta con dos unidades de refrigeración y sistemas de filtrado de aire que preservan el ambiente interior de la amenaza nuclear, biológica, química y radiológica (NBQR).
El nivel inferior del búnker alberga una sala de máquinas, planta potabilizadora y 3 depósitos de agua de 94.635 litros cada uno, además de 3 depósitos de gasolina y diesel de 53.000 litros y un incinerador. El suministro de agua es subterráneo y procede de un pozo situado en los lindes de la propiedad.
En el exterior, una antena equipada con sensores ópticos detectaría el resplandor de una detonación nuclear alertando a la instalación subterránea de la inminente onda expansiva. Una torre de radio a 7 kilómetros del hotel y conectada con el búnker serviría para emitir los mensajes de emergencia producidos en los estudios de la instalación subterránea.
El secreto al descubierto
El Domingo 31 de Mayo de 1992, el periodista Ted Gup publicó en el dominical del diario The Washington Post el artículo titulado ‘The ultimate congressional hideaway’, que revelaba la existencia del búnker y ponía fin a más de tres décadas de rumores acerca del secreto que guardaba The Greenbrier.
Una vez revelada su existencia, la instalación fue desactivada el 31 de Julio de 1995 y el búnker fue reconvertido en un museo que ofrece visitas guiadas por la instalación desde 1996.
Los planes de contingencia del Gobierno Federal contemplarán sin duda una localización alternativa para asegurar la supervivencia del poder legislativo en el supuesto de una crisis nacional. De hecho, las reiteradas demoras en la construcción del Centro de Visitantes del Capitolio de los Estados Unidos, inaugurado en 2008 bajo la plaza de la fachada este del edificio, han despertado rumores acerca de la posible existencia de una instalación similar a la del Greenbrier bajo la colina del Capitolio en Washington D.C. Una demora de 4 años en la inauguración y un sobrecoste de 356 millones de dólares parecen acrecentar las sospechas acerca de los secretos que encierra el Capitolio.
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