Vivimos en un mundo donde el poder real no reside en las urnas, sino en manos de una élite invisible y no elegida.
Los procesos electorales, a menudo presentados como pilares de la democracia, se han convertido en meros espectáculos diseñados para mantener la ilusión de participación y poder ciudadano, evitando asà cualquier tipo de levantamiento masivo que podrÃa desafiar el statu quo. Estas elecciones actúan como un sedante, sofocando el verdadero potencial del pueblo para generar cambios significativos.
Estamos conscientes de nuestra manipulación, de cómo hemos sido adormecidos y atemorizados hasta el punto en que incluso un levantamiento popular podrÃa ser controlado y financiado por aquellos que realmente mandan. Derrotar a un polÃtico no es una victoria real; ya hemos visto cómo, tras varias "derrotas", los sistemas de poder permanecen intactos, regenerándose como la cola de una lagartija.
La verdadera señal de una lucha con esperanza de éxito serÃa ver a grupos organizados apuntando directamente a la cúpula del poder real, a esa élite que gobierna sin ser votada. Sus armas no son las convencionales; usan el dinero, el poder y la manipulación de crisis como la hambruna, las pandemias y el cambio climático, fabricadas a través de simples llamadas telefónicas y, pronto, mediante el toque de un botón.
Mientras los generales de este poder sigan en pie, los soldados seguirán siendo reemplazados indefinidamente. Participar en el proceso electoral bajo estas condiciones es perpetuar un espejismo de democracia.Para lograr el tan ansiado "despertar" de las masas, los comunicadores y aquellos que buscan un cambio real deben dedicarse a exponer cómo se desarrolla este espectáculo circense. Es fundamental que la gente comprenda que vive en una ficción descarada.
Ninguna enfermedad puede ser tratada si se desconoce su existencia.Debemos tener clara una cosa: "El pueblo es el problema y el pueblo es la solución." La responsabilidad recae en nosotros, como colectivo, de reconocer nuestra propia fuerza y utilizarla para desafiar y eventualmente cambiar las estructuras de poder que nos mantienen subyugados.
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